Mis textos

JUVENTUD



Era una niña que soñaba (tic)

Anoche

Anoche lloré porque sentía como se quebraba mi pecho. Anoche lloré hasta arrancarme el corazón, y me quedé dormida con él en la mano, mientras las últimas lágrimas insensibles resbalaban desde mis ojos cerrados. Y cuando desperté, las últimas lágrimas me recordaron que tendría que soportar todo este dolor. Todos los días, a todas horas, cada segundo. Me dije que tenía que poder hacerlo, y me guardé mi corazón malherido en un rincón de mi ser, donde no quedara a la vista, pero tampoco olvidado. Donde poder cogerlo, y sentirlo quebrarse más y más todas las noches.


Derrota

Cuando la derrota te ha abrazado con fuerza, cuando te ha violado, adentrándose en el fondo más profundo...entonces tienes dos opciones. Sucumbir o levantarte. Sucumbir es lo más fácil, llorar y dejarse llevar a ese estado de maldita indiferencia y desolación inmóvil. Levantarse no es fácil, joder. La derrota ha calado hondo. Te trae TÚ dolor, ese que está al acecho en cuanto bajamos el ánimo un centímetro. Te revuelcas en el barro buscando esperanza. Pero no. Esta vez te han jodido bien. Sientes el miedo, convertido en enfermedad crónica. La voluntad te ha traicionado, robándote la fuerza que se alimentaba de ilusión y alegría. Te falta esa energía infalible, de nombre felicidad. Eres, como un mendigo pidiendo limosna todos los días ante ese rico indiferente y frío. Hoy las sobras te saben a basura, y ya no quedan ni los restos. El hambre ruge en tu corazón mutilado. El ruido de la guerra pronto es acallado, pero queda el eco, queda el rastro de la sangre. Cuidado con los recuerdos, si te descuidas podrían follarte, y si les das la espalda te darán por culo. El llanto, pequeña revolución, calmante y silenciosa. Solo sueñas, porque desear es una ropa de otra talla de la que no puedes vestirte porque no deja de caerse. No todo es tan negro, joder. Pero hoy mis ojos cansados solo pueden ver el gris. No estoy sola, pero la soledad bien sabe como aislarte hasta de la persona más cercana. Me gritan, me animan, tiran de mi. Finalmente solo yo podré levantarme. Pero shhh. Callad ahora, dejadme coger aire para gritar al desaliento. Parad, dejadme coger impulso para vencer de nuevo a la fuerza de gravedad. Dejadme cerrar los ojos, limpiarme hasta quedarme desnuda en el llanto. Hoy no, pero mañana volveré a abrir los ojos pare ver que mis pies están en el suelo, mi corazón late y darme cuenta de que no he dejado de luchar y creer en ningún momento. Porque si tú no lo haces, nadie podrá hacerlo por ti.

Réquiem

Lo primero y lo más intenso que sientes es el silencio. Pero no un silencio cualquiera. Un silencio absoluto, una cadencia completa de sonidos. Sientes el vacío de una nota musical extinguida suavemente de mayor a menor intensidad. El silencio vibraba en el aire y en todo lo que tocaba. El silencio reinaba sobre las risas aisladas, sobre los mares de lágrimas, sobre las palabras que intentaban sin éxito sobreponérsele. Habitaba en una mirada callada, en la comisura de aquellas sonrisas tristes. En el tenue temblor de los cuerpos. El silencio se posaba sobre las flores, sobre el camino, y robaba las almas de los vivos. El silencio nació sobre ese último aliento moribundo, y se expande a medida que el cuerpo va perdiendo su calor. El silencio te dice, susurra, grita. Recordándote que los muertos no hablan. Que los muertos no ríen. Que los muertos no hacen ruido al moverse, no hacen ruido al respirar. Que los muertos no sienten, ni escuchan, ese silencio que se grabó en tu alma. Que incluso el silencio, es la causa del callar de los vivos. Este es un silencio, el vacío de un eco, del sonido que debería tocar el latido de un corazón repartiendo vida.